miércoles, 26 de junio de 2013

Dos barcos

Imagina dos embarcaciones. En ellas, la tripulación no parece diferenciarse una de otra, pero si te pones a observar un poco más encontraras un detalle abismal. El capitán de una prepara a su tripulación física y mentalmente. Los tiene en constante entrenamiento para estar preparados para lo que se avecine. El mar es amante pasiva pero también es enemigo sangriento, por eso se debe de estar preparado… al menos eso es lo que dice el capitán de esa embarcación. No existe temor en los tripulantes porque su capitán los ha preparado para lo que venga.

Por otro lado los tripulantes de la segunda embarcación son temerosos. Cualquier lluvia pareciera anunciar su fin. El capitán de esta tripulación les recuerda constantemente que no importa que es lo que pase en algún momento caerán y la mar será su sepultura. Las personas, en momento de quietud, son holgazanes y flojas. El capitán para activarlos para sus tareas les recuerda que en cualquier momento una tormenta azotará su barco y todos morirán. Efectivo pero la tripulación se decepciona o vive en un constante temor. Como puedes imaginar, son embarcaciones completamente diferentes.

Esto también existe este tipo de comportamientos en varias iglesias. Algunas congregaciones preparan a las personas para las grandes adversidades. La buena preparación hace que los congregantes estén preparados para cualquier eventualidad y, aunque en las pruebas tengan temor, saben que hacer y confían en lo que han estudiado acerca de Dios y sus promesas.
Sin embargo, el barco de los temerosos simboliza a las congregaciones que se preocupan por mencionar que están mal, que viven en pecado, que su va en picada si no hacen nada pero no aclaran ¿Cómo pueden cambiar? ¿Qué es lo que se debe de hacer en las pruebas? Y ¿Qué cosas podemos hacer mientras Jesucristo vuelva?


El temor no es parte de la vida cristiana. La obligación no debe de tener cabida en las acciones de un creyente. La acción en no debe de ser condicionada o impuesta por los lideres para que la gente reaccione. Solo la buena preparación espiritual, la necesidad se servir a Dios y la sed por salvar almas pueden existir en una iglesia sana. Y tú ¿A qué embarcación perteneces?

miércoles, 19 de junio de 2013

A mí no me toca

Un grito de una mujer despierta a un velador en una fábrica. El policía, de unos 28 años, identifica de donde vienen las suplicas. Es en la esquina de la calle donde un corpulento hombre golpea a una anciana mientras ella está en el piso suplicando ayuda.

El policía tiene armas, una placa y uniforme, con los cuales puede ayudar a esta persona. Él podría salir y salvar una vida. Tiene la posibilidad de ser una diferencia en la existencia de alguien pero decide no entrometerse para no dejar su puesto. Llama a la policía para que ellos se ocupen del problema y vuelve a dormir. No llegan a tiempo. Hay una mujer muerta en la banqueta y un asesino más en las calles.

Por exagerado que parezca los cristianos podemos salvar vidas, pero no nos gusta hacerlo. Nos escondemos en ministerios y actividades mientras nos decimos a nosotros mismos: “Yo no tengo ese don ¡Que vayan otros a evangelizar!”. Todo esto pasa mientras no nos damos cuenta que tenemos lo necesario (la Biblia y el Espíritu Santo) así como el policía tenía su armamento.

En Mateo 28:19 Jesús dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;” Pero al parecer lo tomamos como una sugerencia y no como un mandato.


Existen 500 millones de evangélicos, pero  la población mundial ronda en los 7000 millones, por lo que, si todos evangelizáramos 14 personas, el mundo sería para Cristo. Pero es muy triste que, prefiramos sentarnos en nuestras cómodas  bancas, mientras esperamos a que hermanos con ese ministerio los salven y hacemos oídos sordos a los gritos de ayuda de millones de personas que están afuera de las iglesias muriendo eternamente.