miércoles, 19 de junio de 2013

A mí no me toca

Un grito de una mujer despierta a un velador en una fábrica. El policía, de unos 28 años, identifica de donde vienen las suplicas. Es en la esquina de la calle donde un corpulento hombre golpea a una anciana mientras ella está en el piso suplicando ayuda.

El policía tiene armas, una placa y uniforme, con los cuales puede ayudar a esta persona. Él podría salir y salvar una vida. Tiene la posibilidad de ser una diferencia en la existencia de alguien pero decide no entrometerse para no dejar su puesto. Llama a la policía para que ellos se ocupen del problema y vuelve a dormir. No llegan a tiempo. Hay una mujer muerta en la banqueta y un asesino más en las calles.

Por exagerado que parezca los cristianos podemos salvar vidas, pero no nos gusta hacerlo. Nos escondemos en ministerios y actividades mientras nos decimos a nosotros mismos: “Yo no tengo ese don ¡Que vayan otros a evangelizar!”. Todo esto pasa mientras no nos damos cuenta que tenemos lo necesario (la Biblia y el Espíritu Santo) así como el policía tenía su armamento.

En Mateo 28:19 Jesús dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;” Pero al parecer lo tomamos como una sugerencia y no como un mandato.


Existen 500 millones de evangélicos, pero  la población mundial ronda en los 7000 millones, por lo que, si todos evangelizáramos 14 personas, el mundo sería para Cristo. Pero es muy triste que, prefiramos sentarnos en nuestras cómodas  bancas, mientras esperamos a que hermanos con ese ministerio los salven y hacemos oídos sordos a los gritos de ayuda de millones de personas que están afuera de las iglesias muriendo eternamente.

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