Un grito de una mujer despierta a un velador en una fábrica.
El policía, de unos 28 años, identifica de donde vienen las suplicas. Es en la
esquina de la calle donde un corpulento hombre golpea a una anciana mientras ella
está en el piso suplicando ayuda.
El policía tiene armas, una placa y uniforme, con los cuales
puede ayudar a esta persona. Él podría salir y salvar una vida. Tiene la
posibilidad de ser una diferencia en la existencia de alguien pero decide no
entrometerse para no dejar su puesto. Llama a la policía para que ellos se
ocupen del problema y vuelve a dormir. No llegan a tiempo. Hay una mujer muerta
en la banqueta y un asesino más en las calles.
Por exagerado que parezca los cristianos podemos salvar
vidas, pero no nos gusta hacerlo. Nos escondemos en ministerios y actividades
mientras nos decimos a nosotros mismos: “Yo no tengo ese don ¡Que vayan otros a
evangelizar!”. Todo esto pasa mientras no nos damos cuenta que tenemos lo
necesario (la Biblia y el Espíritu Santo) así como el policía tenía su
armamento.
En Mateo 28:19 Jesús dice: “Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo;” Pero al parecer lo tomamos como una sugerencia y
no como un mandato.
Existen 500 millones de evangélicos, pero la población mundial ronda en los 7000
millones, por lo que, si todos evangelizáramos 14 personas, el mundo sería para
Cristo. Pero es muy triste que, prefiramos sentarnos en nuestras cómodas bancas, mientras esperamos a que hermanos con
ese ministerio los salven y hacemos oídos sordos a los gritos de ayuda de
millones de personas que están afuera de las iglesias muriendo eternamente.
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